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 Y un día me encontré tejiendo con hilos de ironía las verdades más crueles que mi boca podía escupir. La saliva quemando entre las encías, escupidas crudas, que laten, cayendo desde la punta de la lengua que mordí muchas veces entre los dientes. Ese día lo vomité todo, hasta quedarme vacía, hasta desnudarme el alma con las manos frías y temblando de miedo por lo que quedaria luego: Mi inferior, latiendo agitado o agotado. Todas mis emociones y sentimientos reprimidos, todos mis miedos y debilidades a flor de piel. Los monstruos debajo de la cama. Yo, ahí, parada frente a mi, esperando. ¿Esperando qué?

Sabía que me estaba despojando de tierra, de polvo y de cenizas, las dejaba caer de mi cuerpo como un pedazo de tela que resbala sobre líneas de una mano torpe, de un tacto ajeno que todo lo corrompe haciendo de los actos más sencillos una catástrofe. Porque ese día me llené de preguntas la boca, y no pude vomitar ninguna respuesta, y el vacio estaba más ansioso que nunca.También me abrí a la mitad el cuerpo, desde la cabeza hasta los pies, me toqué el corazón con la yema de los dedos, lo estrujé, lo vi sangrar, entonces latió y yo lloré.
Lloré.

Del alma me salieron alas y una canción triste canté con los ojos, porque la boca me sabia a hierro, cereza y sal y yo ya no era. No era más que una figura desnuda caminando lentamente sobre las pieles que me recubrian, sobre los múltiples fantasmas versionados, sobre los cascarones que uno a uno se fueron desarmando cuando me abrí desde adentro y tironee de los hilos tensados que hace tiempo amenazaban con romperse, romperme, romperlo todo.

Y volé, por fin volé.


Escrito, martes 3 de julio de 2018.

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